Durante este tiempo de la Gran Depresión
acaban muchas cosas. Algunas de manera irreversible. Una de ellas es el
Curriculum Vitae, ese informe de trayectorias laborales y profesionales para el
que se seguía utilizando el clásico latín, o simplemente sus siglas: CV, en una
extrañísima excepción lingüística. Cuanto mayor es el número de los mismos que
circulan, más reducida parece su validez, en una especie de devaluación
acelerada. Son enviados o entregados a las empresas por los desempleados o por
trabajadores que buscan cambiar de aires laborales. Es más, los primeros
compiten entre sí por el número de CV entregados o enviados. Cientos. Hasta
alguno presumía de haber superado los mil, en una carrera que parecía más la del CV en sí mismo que la
destinada a la obtención de un empleo. Tal vez porque así muestran su esfuerzo
para superar la situación o para ganarse la justicia social. Al fin y al cabo,
como dicen las estadísticas oficiales, un parado es el que, estando sin empleo,
lo busca. La paradoja es que se parece más parado cuanto más se busca empleo,
cuantos más CV se hayan remitido.
El CV tiene vida en sí mismo, más allá de su
función. Una sociedad individualista y en una competencia profesional abierta a
todos los confines del mundo, ha hecho del CV un mensaje de identidad. El
mensaje de la
identidad. Hasta se enseña su diseño en las escuelas, como si
fuera un conocimiento básico, imprescindible para vivir, como leer o
multiplicar. Ahora bien, como ocurre con otras muchas cosas, cuando entran en
las escuelas es porque ya están muertas, porque son inútiles.
Para el desempleado o el trabajador que sentía
falta de reconocimiento en su puesto de trabajo, un grito que reclamaba su
existencia: ¡aquí estoy! Era su identidad en busca de salvador. Una identidad
con aire de SOS.
Los individuos se muestran como tales en ese
relato estructurado entre la experiencia formativa y la experiencia laboral o
profesional con algunas gotas de experiencias afectivas o familiares, según las
versiones y el estilo. Un relato que se escribe con esmero, adaptándolo a cada
receptor, como concreción de tácticas que buscan la máxima eficiencia: el logro
del puesto de trabajo o del proyecto. De aquí que, dada su factura próxima a lo
artesanal, el mérito que se fundamenta al nombrar la acumulación de veces que
se había llevado a cabo.
Cada nuevo paso en la trayectoria, una
modificación del CV, como si le diese luz. Un renacer del CV. La lucha por la
obtención de esos pasos, por la introducción de nuevas líneas, se hace
agotadora: búsqueda de reconocimientos y certificados de buena conducta
profesional aquí y allá, acumulación de horas de formación, cuanto más
prestigiosas mejor, etc. El CV ha de estar siempre a punto. Bien engrasado. Y,
sobre todo, personalizado desde su emisor, el protagonista del mismo.
Todo esto tenía algún sentido. Hasta que el CV
y todos los antecedentes han empezado a estar disponibles en internet. Lo que
ha dicho o hecho cualquiera, allí está registrado, a la vista de cualquiera:
las apariciones públicas, las expresiones en blogs, las manifestaciones en
redes sociales. Ya no es necesaria la formulación de la solicitud. Mediadores
hacen la preselección para empresas contratantes, a partir de los datos
digitalmente registrados. Tal vez establecen algún contacto con la persona
interesada, si el perfil les es interesante, para ahondar en alguna
información, atar algún cabo.
El CV ha dejado paso a la MDTP (memoria
digital total de la persona). Este informe elaborado profesionalmente ha pasado
a ser el relato del sujeto, aun cuando ya no ha sido escrito por él. Es más,
buena parte del mismo se construye con materia prima informativa de la que el
propio afectado es ajeno.
Si el CV es personal, la MDTP es colectiva.
Ello a pesar de su nombre o, más bien, llevaba ese nombre porque no era
realmente personal, como tantas otras cosas que se llaman de una manera para
superar una carencia. El CV se impregna de los recuerdos, esfuerzos y deseos
del sujeto. En cierta forma, lo que quiso ser y lo que quiere ser; mientras que
la MDTP es coral y dialógica. Está formada por lo que el sujeto ha hecho y
dicho, pero, también, por lo que otros han comentado sobre sus éxitos y
fracasos, o, simplemente, sobre sus opiniones, los comentarios sobre un
comentario y su capacidad de respuesta. Desde este punto de vista, la MDTP es
dialógica, formada por diálogos-en-el-trayecto-vital. Además, es coral porque
da información de las relaciones de la persona, de su red social de su
trayectoria relacional, sobre quién tiene cerca y quien tiene lejos. Nuestra identidad
se constituye así como fruto de los medios de comunicación.
El CV se quedó en lo unidimensional frente al
potencial holográfico de la MDTP para las empresas de selección de personal.
Los desempleados en busca de empleo ya sufrieron es propias carnes la baja
eficacia del CV: enviaban cientos sin respuesta. Con su sustituto, la MDTP, no
hace falta estar desempleado, ni buscar empleo, para estar en el ojo de la
selección, aun cuando sea para ser repetidamente rechazado. Con la ventaja
añadida que, jugando a ser inconsciente, puede ignorarse la exclusión.
Fuente: Javier Callejo en Huffington Post